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martes, 5 de mayo de 2015

Hacia Staten Island

Cruzar en el ferry hasta Staten Island, al sur de Manhattan, es otra de esas obligaciones que todo buen turista ha de satisfacer cuando visita Nueva York, y merece la pena, no solo por que parece obligado acercarse a la Estatua de la Libertad (y digo acercarse, no acceder a ella; me advierten que hoy te ponen muchas trabas por miedo a los atentados, pero confieso que no tuve gran interés en mis viajes anteriores), sino también porque merece la pena contemplar el distrito financiero desde el mar. Para un próximo viaje, recorrer la costa navegando por el Huston.












Desde Battery Park embarcamos en uno de los ferrys que comunican las dos orillas y que muchos neoyorquinos toman a diario para ir al trabajo. La línea es gratuita gracias a que el poseedor de los derechos se los cedió a Nueva York con la condición de que no cobrara más de 25 centavos. Dado lo engorroso de montar el servicio para obtener tan poco rédito, la ciudad decidió ofrecerlo gratis. Se nota que la mayor parte de la gente que embarca está habituada a hacerlo a menudo; muchos aprovechan para almorzar, otros dormitan o charlan con el vecino sin una mirada a la costa que se va alejando, así que nos instalamos sin dificultad junto a un gran ventanal y disfrutamos de las vistas












Nunca he paseado por las calles de Staten Island. La mayor parte de los turistas se apean de un ferry para subir de inmediato al que les devuelve a Manhattan. Nosotras preferimos salir del embarcadero y sentarnos en un banco en el paseo que ofrece una panorámica espléndida de la ciudad. En un banco contiguo parece llorar una chica muy joven, con la cabeza hundida entre los hombros. La observamos con el rabillo del ojo sin atrevernos a intervenir.












Por alguna razón despertamos gran curiosidad entre los neoyorquinos. Un señor con muy buena pinta se dirige a nosotras, nos pregunta si somos hermanas y se interesa por nuestro viaje con una gran amabilidad. No será la última vez que nos ocurra. Ya os contaré.


6 comentarios:

  1. Ese final abierto me tiene en ascuas ¿Qué nos contarás? Permaneceré atento a la pantalla. Mil besos, narradora con suspense.

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    1. Jajaja, es una tontería, pero nos hizo mucha gracia. Muchísimos besos, José

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  2. Especulo con el motivo de por qué despertabais gran curiosidad entre los neoyoquinos. Una buena parte de ellos habla o sabe hablar español y dice "uno", cuando quiere expresar la unidad. Pero si oyen decir "unu" -como en Oviedo dicen los nativos cuando quieren decir "uno"- (en Gijón, sin ir más lejos, dicen "uno") a un grupo de chispeantes rubias que no dan el estereotipo de la española cañí, quedarán perplejos y harán cábalas sobre cuál sea el lugar de la Hispanidad en el que los naturales usen ese peculiar giro idiomático: UNU.
    No soy tan osado como para asegurar que esta sea la causa, pero me parece de los más creíble: escucho accidentalmente un "unu" y me digo que por ahí anda un carbayón/ona.
    No tomes por petulancia esto mío, Sol; debieras saber que soy una especie de Henry Higgins de las lenguas y nada de ellas me es indiferente.
    Beso y hasta pronto.

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  3. y no se te ha ocurrido pensar, que los newyorkinos a su vez pensarían "hi, están rodando la enésima sexo en NY, donde están las cámaras"

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    1. Jajajaja, eso sí, somos el arquetipo perfecto!!! Sexo en la ancianidad.

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