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viernes, 28 de noviembre de 2014

Paseando por Rothenburg ob der Tauber

Después de tantos días de cielo gris, pasear por esta deliciosa ciudad bajo un cielo intensamente azul resulta doblemente placentero. Rothenburg es una ciudad muy turística, y nos encontramos con los inevitables grupos de asiáticos tras una banderita, pero quizá por tratarse de un día entre semana, fuera de temporada, no ha perdido su aire de placidez y podemos disfrutar del paseo.























Lo primero que llama la atención cuando visitas estas pequeñas ciudades alemanas es su armonía, el respeto por sus edificaciones tradicionales, la limpieza de sus calles. He viajado bastante por este país que adoro, y nunca he visto a través de la ventanilla del coche o del tren nada que rompiera esa armonía en los pueblos que atravesábamos. Nada que ver con nuestros pueblos, destrozados por la barbarie urbanística. Me da dolor.

























Pequeños comercios (imagino que las grandes superficies estarán fuera de las ciudades: en el interior del casco antiguo, ni un supermercado), placitas encantadoras, iglesias, estrechas calles empedradas, hileras de casitas de fachadas entramadas. Una ciudad de cuento.



4 comentarios:

  1. En la Capilla de los Espejos, del Klementinum de Praga, escuchaba yo no hace mucho partituras de Mozart, en el mismo sitio físico que él tanto gustaba frecuentar (la acústica, la belleza de los frescos del techo...). Sentado en primera fila, digo, escuché una competente ejecución de los temas pero juraría que la comercialización de casi todo que ha llegado a esta hermosa ciudad, hizo que los tempos fuesen un poco taquicárdicos (había que ir corriendo a tocar en la abadia de K....). Digo que hallé poco sosiego y escasa puesta en escena (los músicos iban en camisa; uno no pedía que vistieran a la federica, pero una americana oscura, fresca dado la caló...).
    Hago este comentario (pido encarecidamente disculpas por la extensión excesiva del texto, juro que no voy a pecar más por lo mismol), porque también había mucho oriental entre la audiencia; calladitos y con su nikon descargándola sobre todo lo que tenía presencia física.
    En la Opera del Estado (la levantada en el XIX por la comunidad alemana), vimos una "Traviata" aseada en lo vocal y escueta en el decorado. El teatro, bellísimo.
    Después, un excelente gulash en Arkitectus. Pero esa es otra canción y no quiero abusar de la anfitriona, soleada y pacífica como es ella.
    Un beso, Sol.

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    1. Qué bien cuentas las cosas, querido!! Da gusto leerte. Sigue contando; seguro que a nuestros invitados les encanta escucharte. Un beso

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  2. Quise visitar la tumba de Dvorak, en las afueras, en el cementerio de Vysehrad, y topé también con la de Smetana y con la del excelso Alfons Mucha, cuyo museo habíamos visitado por la mañana. Al llegar al camposanto -de medianas dimensiones, sobre un altozano que desciende en pronunciada pendiente hasta el Moldava- reparé en una anciana que arreglaba una tumba de alguien que fue músico (una rosa esculpida en mármol y un grabado de un violín sobre la lápida blanca lo indiciaba) y ella me indicó dónde estaba la tumba de Dvorak. En un panteón cobijado por un pórtico sobre columnas, el busto del gran músico miraba muy serio en dirección a la iglesia cercana.
    Era una tarde de setiembre cálida y apacible, ni el rumor urbano ni el ruido del tráfico rodado era perceptible desde aquel rincón, bello y recoleto. Y..., y lo más emotivo, lo que va a vincular para siempre aquella visita al rincón de los recuerdos sublimes aconteció: estaba ante la tumba de Smétana y del carrillón de la iglesia vecina fueron desgranándose las notas del poema sinfónico suyo "Moldava", uno de los seis que componen en su obra "Mi patria".
    Cualquier cosa que diga no va a valer más que el sentimiento y el deleite que me embargó.
    Snif,

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