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martes, 14 de enero de 2014

Ángel González: un recuerdo

El domingo 12 se cumplieron seis años de la muerte de Ángel González, poeta asturiano de la llamada Generación de los 50 que he traído a Mi casa en más de una ocasión, alguien a quién conocí y traté ocasionalmente, aunque sentí muy cercano por la íntima relación que sostuvo con personas muy cercanas a mí. Hurgo en mi desordenada biblioteca y hojeo los poemarios que recogen su obra, y algunas publicaciones singulares editadas en Asturias, con motivo de encuentros y homenajes que protagonizó a lo largo de los años. Una de las más atractivas es la que le dedicó la revista malagueña Litoral, el número 233, cuya portada reproduce el collage con el que abro el comentario, obra de Lorenzo Saval. Tratado de urbanismo, es su título, inspirada en el poemario del mismo nombre publicada por Ángel en 1967.
A Tratado de Urbanismo pertenece Jardín público con piernas particulares:

...y las muchachas andan con las piernas desnudas:
¿por qué las utilizan
para andar?
Mentalmente repaso
oficios convincentes
para ellas -las piernas-,
digamos: situaciones
más útiles al hombre
que las mira
despacio,
silbando entre los dientes
una canción recuperada
apenas
           -ese oficio no me gusta…-
en el acantilado del olvido.
Si bien se mira, bien se ve que todas
son bellas: las que pasan
llevando hacia otro sitio
cabellos, voces, senos,
ojos, gestos, sonrisas;
las que permanecen
cruzadas,
dobladas como ramas bajo el peso
de la belleza cálida, caída
desde el dulce abandono de los cuerpos sentados;
las esbeltas y largas;
las tersas y bruñidas; las cubiertas
de leve vello, tocadas por la gracia
de la luz, color miel, comestibles
y apetitosas como frutas frescas;
y también -sobre todo- aquellas que demoran
su pesado trayecto hasta el tobillo
en el curvo perfil que delimita
las pueriles, alegres, inocentes,
irreflexivas, blancas pantorrillas.
Pensándolo mejor, duele mirarlas:
tanta gracia dispersa, inaccesible,
abandonada entre la primavera,
abruma el corazón del conmovido
espectador
que siente la humillante quemadura
de la renuncia,
y maldice en voz baja,
y se apoya en la verja del estanque,
y mira el agua,
y ve su propio rostro,
y escupe distraído, mientras sigue
con los ojos los círculos
que trazan en la tensa superficie

su soledad, su miedo, su saliva.

2 comentarios:

  1. Siempre vivo en mi alma, traigo a tu casa este otro poema suyo que, a buen seguro, te gusta y dice tanto como a mi,


    SON LAS GAVIOTAS, AMOR

    Son las gaviotas, amor.
    Las lentas, altas gaviotas.

    Mar de invierno. El agua gris
    mancha de frío las rocas.
    Tus piernas, tus dulces piernas,
    enternecen a las olas.
    Un cielo sucio se vuelca
    sobre el mar. El viento borra
    el perfil de las colinas
    de arena. Las tediosas
    charcas de sal y de frío
    copian tu luz y tu sombra.
    Algo gritan, en lo alto,
    que tú no escuchas, absorta.

    Son las gaviotas, amor.
    Las lentas, altas gaviotas.

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  2. Yo también perpetro un poemario, Madeleine, y ya tengo a punto el esqueleto de un relato. A ti dedico, amor, los versos y la prosa dolorida. Te los haré llegar por mano amiga si no sale Apollinaire de este muladar de sufrimiento. Pero no vengas a verme al hospital, cariño... te lo ruego.

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