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domingo, 3 de noviembre de 2013

"Un violín en el suelo", por Xuan Bello

"Nada hay más secreto que un castañeo. Un castañeo, para quien no sepa asturiano, es un bosque de castaños (en la lengua de aquí esos árboles son femeninos y se le llaman comúnmente 'les castañales'); nada más secreto y feliz que perderse por un castañeo, con una bolsa repleta de espectativas, y recoger uno a uno los dones de la intensidad. Después asaremos las castañas sobre la chapa de la cocina y ese olor y ese sabor tendrán la virtud de transportarnos a lo imprevisto pero infinitamente añorado. A mí, esa sensación cálida, ese roce en el alma como un susurro de arbustos sobre los hombros del silencio, me llevan a muchos sitios a donde vuelvo, con lágrimas a veces, muy alegre. Cierro los ojos y veo a mi abuelo Perfecto Bello en la cocina de Borrenes sacando del horno de la emoción unas castañas que había recogido, en el bosque del Chabarigo, aquella misma tarde; veo una esquina de Coimbra, en la rúa Ferreira Borges, y el vendedor que me alcanza un cucurucho y dice:
-O senhor estudante, ainda não sabe o secreto?
No, no sabía aún el secreto, pensé ante aquella frase tan misteriosa. El castañero me guiñó el ojo y me dijo que había estado una vez en España, en Zamora, y que por ver cómo era allí su oficio había comprado cinco escudos de castañas en un puesto.
-Aquí les echamos azúcar. Es el gusto portugués, muy diferente al de España. Ciclistas, abuelos con sus nietos, parejas que se pierden por el bosque en busca de ese rincón oculto que los latinos llamaban «imo» y donde es posible, de manos dadas, ver el reflejo, el rayo de oro, de la eternidad. Castañeos de Ponga libérrima, de Llanes acosada, de Piloña íntima o de Quirós trémulo y luminoso. Castañeos de Pravia, adonde fui por un día, en busca de la enamorada emoción del vagabundeo, y donde recordé que «el tiempo es oro / en el vuelo grave del otoño». Sensación de vida que se refugia, fraternidad con el musgo, pisadas que se deslizan furtivas sobre las hojas blandamente muertas. Una vez, en Madrid, coincidí con una chica, muy joven y simpática, que padecía de una nostalgia incurable de su Asturias. Estaba, además, indignada: le decía a mi mujer que había ido de excursión a Sierra Nevada y había visto desde lejos un castañeo inmenso. Se acercó con el corazón en un puño y vio un cartel y un guía. ¡Por veinte euros podía pañar cinco kilos de castañas!
-¿Páseslo a creer? ¡Por venti euros! -decía.

Los pagó, que echaba mucho de menos a su abuelo, y me contó una historia de su concejo natal, Llaviana. Algo había leído yo en una novela de Milio Rodríguez Cueto, algo sabía yo de la historia del rayo de oro. Aquella mocina me dijo que existía, en algún secreto rincón de Asturias, una castañal poderosa que producía un solo oriciu pero que sus castañas eran de oro purísimo y dormido. Cuando caía el oriciu y se abría por el efecto de la ley de la gravedad a la luz de la luna un finísimo rayo de oro iluminaba el mundo. Quien tuviese la suerte de verlo sentiría en su corazón una alegría súbita que explicaría su vida: podría ver la eternidad a través de la rendija del sueño y sería consciente de que todas las religiones son ciertas excepto la suya. Es muy difícil ver ese rayo enamorado de la vida pues un moro -en Asturias y en Galicia los tesoros ocultos los custodian moros y tienen título de funcionarios del Estado-lo recoge ávido y lo oculta en una cueva cercana. Si se descubre esa cueva -donde duermen secretos nada menos que tantos oricios como años tiene la castañalona- sólo una cosa hay que hacer; para poder entrar se debe tener en la memoria estos versos que podían ser de Maiakovski: «como un violín que acaba / de nacer en la altura». Neruda, a veces, tiene razón."

Xuan Bello, diario El Comercio, de Gijón, 27 de octubre de 2013.

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